martes, 21 de octubre de 2014

SU MAJESTAD JORGE CAMPOS



Bienaventurados los que lo pudimos ver en las canchas, felices quienes lo seguimos y lo llenamos de esperanza y de sonrisas. Afortunados los que lo tuvimos de ídolo bajo el marco de la nuestra selección y quienes vivimos esa etapa de color, magia y felicidad en las canchas mexicanas. Me refiero claro, a la gracia que nos dio a los amantes del futbol a quienes vimos jugar al extravagante Jorge Campos.

El futbol son vínculos deportivos, de colores, de pasión y de lealtad, pero el futbol también es un espectáculo, una vitrina para fomentar mentadas y carcajadas, un show repleto de color y magia que se alimenta de gritos, de patadas, discusiones y puñetazos, fortuna y belleza. El futbol no solo nació para los grandes deportistas, también lo hizo para actores y guiones dramáticos que permanecen elocuentes en la memoria de los espectadores. El futbol precisa de primeros actores y otros más secundarios, sin embargo pocos alcanzan este nivel de protagonismo tan majestuoso como lo hizo el "brody" Campos.

Dueño y creador de una parafernalia única en los años noventa, hábil con los pies y con las manos, con la inteligencia y con la destreza, con el humor y la precisión. Jorge Campos llenó de color el arco nacional y el de varios equipos en su etapa de atajador, elevó al máximo la posición, convirtió el ser guardameta en la meta principal de varias generaciones. Ahora los niños no temían más al arco y querían defenderlo para emular al acapulqueño. El "brody" llenó de luz las metas que resguardó y sacó brillo permanente a su andar por el mundo futbolístico, dejó huella inborrable.

Los colores fueron su defensa principal, su característica. Envuelto en terribles uniformes dignos de payaso arlequín del medievo extraviado en una cancha de futbol, los cuales, más tarde se convertirían en piezas únicas, en cheque al portador, en toneladas de dinero enmarañado de marca y de piratería. Campos y su terrible gusto de la moda demostraron que la estética puede ser superada por la magia y la ridiculez.


Ni que decir de la alegría que inyectaba el verlo jugar con los pies como pocos porteros lo harán en la historia. Poniendo en singular peligro su meta y acelerando infartos de propios y extraños con esa clase y desparpajo característico. No fue el primero en arriesgar la pelota con pies habilidosos retando al rival es cierto, ya el colombiano René Higuita lo antecedía con esta gracia tribunera, pero Campos y sus colores reinventaban el género y lo traían a este país tan falto de identidad después de ocho años sin mundial de futbol.

En ningún otro jugador se ha puesto tal confianza y amor generalizado en los últimos años en el futbol nacional. Campos trascendió al mundo de las marcas y los grandes patrocinios, está vigente, tiene y tuvo peso en plantillas mundialistas anteriores, es la imagen de la felicidad que provoca jugar futbol. Jorge Campos fue y será la viva sensación de lo que significa jugar al futbol como cuando se fue pequeño, es el amor a la reta, la cascarita, la cábula, el apodo, la carrilla, el color, la sonrisa. Jorge Campos es el ídolo que nunca nadie pudo reprochar.

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