martes, 4 de marzo de 2014

AYER PLATIQUÉ CON MI GALLO


Cuando no hay una razón de peso para tomar el rock en serio, cuando los acordes sencillos toman la fuerza necesaria, cuando hay que burlarse de todo lo que nos rodea, de nuestra forma curiosa de hablar, de expresarnos, de un faje casual. Cuando la vida se resume a un plato de birria, un agarrón de tamal, un movimiento cadente de nalgas. Cuando el racismo es tratado y ridiculizado, cuando el noble trabajo de la música callejera lleva el estandarte del pop ochentero. Cuando la Guadalajara misma se convierte en un comic, en una historia de extraterrestres y fantasmas, de superhéroes tercermundistas, cuando el chiste es caer gordo, ahí llegaron los Garigoles.
“Ayer platiqué con mi gallo, y me dijo tiernamente, ¿pa qué me cuidabas tanto? Si solo querías cogerme”… Eso dijo Johan Wazoflaz, enfundado en un traje de charro, con una panza prominente, y un tono al hablar que ya desafinaba. Los miles que estábamos presentes en la concha acústica esa noche, entendimos el mensaje, llegaba el momento de atizar en lo ridículo, de perdernos el respeto y entender que la vida en ocasiones no importa realmente si se puede bailar y sonreír.
Esa noche noventera, Los Garigoles triunfaron en todos los aspectos, le mostraban a una ciudad extremadamente selectiva que una banda local era capaz de convertir todo en un manicomio absoluto. Que los acordes ramonescos, el cabello largo no habían pasado de moda. Eran tiempos de revolución y cambios sociales, es cierto, pero estos greñudos eran el recreo perfecto para las mentes adolescentes. Por supuesto tiempos zapatistas, sin embargo con la música de los Garigoles nos sentíamos a salvo. Personajes chuscos que llevaban el andar cotidiano con ellos, antifaces, luchadores, el albur en pleno.
Su mejor placa sin duda, la primera: “Todo el orden de las cosas me llena de un sentimiento de angustia” un nombre con tintes de seriedad, pero que por debajo llevaba el descontrol absoluto. Johan Wazoflas dejó después de este disco la banda y se quedó con la voz Jovito Panteras, manteniendo esa idiosincrasia y desparpajo en la voz y en las letras, no así la panza.
Vivíamos en una ciudad de ultraderecha, a los medios les era difícil poder creer en proyectos como este, los Garigoles merecían mucho más dentro de esta su ciudad que no es otra cosa que su maqueta por donde existen todos sus personajes, sus lugares ocultos. Aun muchos sitios que existen dentro de su narrativa son famosos por haber existido justo ahí, en la imaginación y el andar cotidiano de un Garigol.

He tenido la oportunidad de tocar con ellos en varias ocasiones, y aun me vibra la piel como sucedía a mis quince años al escuchar sus canciones, he sido testigo de cómo Jovito puede cambiar tanto al enrolarse justo en el papel garigol, somos muchos los que honramos la historia de esta banda y respetamos su historia, al fin y al cabo “¡El cardenal no está muerto! ¡El cardenal no está muerto!

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