Cuando no hay
una razón de peso para tomar el rock en serio, cuando los acordes sencillos
toman la fuerza necesaria, cuando hay que burlarse de todo lo que nos rodea, de
nuestra forma curiosa de hablar, de expresarnos, de un faje casual. Cuando la
vida se resume a un plato de birria, un agarrón de tamal, un movimiento cadente
de nalgas. Cuando el racismo es tratado y ridiculizado, cuando el noble trabajo
de la música callejera lleva el estandarte del pop ochentero. Cuando la
Guadalajara misma se convierte en un comic, en una historia de extraterrestres
y fantasmas, de superhéroes tercermundistas, cuando el chiste es caer gordo,
ahí llegaron los Garigoles.
“Ayer platiqué
con mi gallo, y me dijo tiernamente, ¿pa qué me cuidabas tanto? Si solo querías
cogerme”… Eso dijo Johan Wazoflaz, enfundado en un traje de charro, con una
panza prominente, y un tono al hablar que ya desafinaba. Los miles que
estábamos presentes en la concha acústica esa noche, entendimos el mensaje,
llegaba el momento de atizar en lo ridículo, de perdernos el respeto y entender
que la vida en ocasiones no importa realmente si se puede bailar y sonreír.
Esa noche
noventera, Los Garigoles triunfaron en todos los aspectos, le mostraban a una
ciudad extremadamente selectiva que una banda local era capaz de convertir todo
en un manicomio absoluto. Que los acordes ramonescos, el cabello largo no
habían pasado de moda. Eran tiempos de revolución y cambios sociales, es
cierto, pero estos greñudos eran el recreo perfecto para las mentes
adolescentes. Por supuesto tiempos zapatistas, sin embargo con la música de los
Garigoles nos sentíamos a salvo. Personajes chuscos que llevaban el andar
cotidiano con ellos, antifaces, luchadores, el albur en pleno.
Su mejor placa
sin duda, la primera: “Todo el orden de las cosas me llena de un sentimiento de
angustia” un nombre con tintes de seriedad, pero que por debajo llevaba el
descontrol absoluto. Johan Wazoflas dejó después de este disco la banda y se
quedó con la voz Jovito Panteras, manteniendo esa idiosincrasia y desparpajo en
la voz y en las letras, no así la panza.
Vivíamos en
una ciudad de ultraderecha, a los medios les era difícil poder creer en
proyectos como este, los Garigoles merecían mucho más dentro de esta su ciudad
que no es otra cosa que su maqueta por donde existen todos sus personajes, sus
lugares ocultos. Aun muchos sitios que existen dentro de su narrativa son
famosos por haber existido justo ahí, en la imaginación y el andar cotidiano de
un Garigol.
He tenido la
oportunidad de tocar con ellos en varias ocasiones, y aun me vibra la piel como
sucedía a mis quince años al escuchar sus canciones, he sido testigo de cómo Jovito
puede cambiar tanto al enrolarse justo en el papel garigol, somos muchos los
que honramos la historia de esta banda y respetamos su historia, al fin y al
cabo “¡El cardenal no está muerto! ¡El cardenal no está muerto!
Sublime!no sabia que eras fan garigol wicho!
ResponderBorrarOhh y yo tambien recuerdo ese concierto,1995 en concha acustica!ya estamos viejos wicho
ResponderBorrargracia!! viejos los cerros!!
ResponderBorrarWazoflaz Forever
ResponderBorrarWazoflaz Forever
ResponderBorrarWazoflaz Forever
ResponderBorrarSaludos a todos de Johan Wazoflaz
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