Nunca como los que se conocen en
la tv, como los que llenan de basura las bocinas de los automóviles, de los
celulares, de las fiestas. Nunca un tipo regular que promediara dentro de la música
mundial. En absoluto estrella de la radio y cumplidor de las grandes emisoras o
los grandes canales.
Tony Sly, uno de los que
iniciaron la tremenda carga punk rock de los noventas, y que casi veinte años
después es sentimentalmente llamada la “vieja escuela”. Esa escuela vieja ahora,
con la que crecimos, con la que sin ayuda de internet ni de modas pasajeras
disfrutábamos cada fin de semana, una vieja escuela que nos queda tan vieja
como nuestros propios espejos y nuestros propios recuerdos. Aquellas memorias
saturadas de slam, de cerveza, de amor juvenil, de patinetas, de rebeldía
juvenil.
Tony Sly como uno de los guías
gurus alternativos junto a otros tantos que aun viven y aun levantan alto la
bandera. Tony Sly el punkrocker, el melancólico, el folk. Que desconectó la
guitarra para demostrarnos que la nostalgia de las cuerdas nylon y la voz conquistante también saben a
punk rock, también saben a descontrol, también saben a cerveza y whiskey.
Hoy mis amigos, y todos los que
lo vivimos, llevamos cierto parecido en su gesto y en sus acordes, las llantas
de las patinetas llevan ese sonido latente, las minivans donde hemos hecho los
tours desde hace muchos años en las esquinas tienen los ecos guardados de sus
composiciones.
De Tony Sly aprendí que la
sonrisa y la nostalgia son perfectas para componer una canción, aprendí que la
guitarra desconectada sabe casi tanto o más que la adrenalina de una cruel distorsión.
Aprendí el equilibrio entre el punk rock y la vida misma y mi forma de crecer.
Aprendí a amar mi juventud y aceptar mi madurez.
A un año de su muerte, chingón
Tony Sly
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