Ahí estábamos la vorágine ochentera con los genitales inflamados de emoción por ver a una de las grandes míticas del punk rock por primera vez en nuestra mochita y ajena Guadalajara. Pennywise por fin estaba en casa y se nos caían las uñas y se nos escurría cerveza en la garganta en la espera del gran guitarrazo inicial el cual por simple tradición tendría que aflojarnos las bragas y sacudir nuestras rodillas lesionadas.

Y entonces llegó el momento de la entrada de Pennywise y se ahogó el grito de extasis en una casi transparente guitarra de Fletcher que a juzgar por lo bofo del sonido parecía que tocara su guitarra con bombones en lugar de la plumilla o las uñas. Es normal. dijimos todos, suele pasar en los shows con las primeras canciones y nos consolamos con nostalgia, un sorbo de cerveza más y una mirada cómplice del compañero de al lado, pero nada cambió para el segundo tema, al contrario cada vez se hacía más confuso el recital.
No podíamos emocionarnos del todo, era Pennywise frente a nuestros ojos pero algo andaba muy mal, y cantábamos en silencio encontrando refugio más en la nostalgia que en el concierto en sí y de a poco se nos fueron introduciendo la molestia y la angustia. Algunos nos armamos de valor y nos acercamos al ingeniero de la banda a suplicarle una solución auditiva pero parecía que este joven héroe se refugiaba en una total esfera de sonido propia y evitó cualquier comentario a su pésimo trabajo.
Arriba del escenario la banda no tenía idea de lo que abajo pasaba y algunos más optaron por ignorar la terrible falla y sumirse en un slam de categoría triple A y la fiesta continuaba. Sin embargo en la parte medular cada final de canción los silbidos y denuncias cada vez eran más evidentes y de choque contra un solitario ingeniero que deambula en su mundo ambiguo de mi pequeño Pony ignorando las súplicas de cientos que añoraban abrazar los acordes reales de punk rock skate noventero.
Así nos fuimos al encore en una noche hermosa de recuerdos pero de angustioso orden sonoro, Pennywise trajo del camerino el bajo de "Stand by me" y la piel y la garganta se hacían nudos mientras Jim Lindberg cantaba con drama y calidez la pieza sesentera solo para volver a la realidad del punk rock vacío a cargo del ingeniero descalificado. Los presentes optamos solo por sonreír y fundirnos en alegría y sabor de media noche al lado de nuestros ídolos de juventud.

Pennywise por fin estuvo en casa, en nuestra mochita y bandera Guadalajara y todos fuimos inmensamente felices como para volver a vivir dos horas de nuestra juventud ausente. Noches de este pequeño pueblo tapatío donde nos volvemos a ver todos las caras para juzgarnos de viejos y petardos, de panzones y pelones y demás. Una gran noche, una gran tocada que a pesar de que un ingeniero de audio se empeñó en destrozar, lo vivimos como lo que fue: La noche en que Pennywise pisó Guadalajara.
Excelente reseña y asquerosamente llena de verdad... amigo wicho!
ResponderBorrarChuloooooooo
ResponderBorrarExcelente reseña, me hubiera encantado para MiMamaMeMima pero nunca te llegamos al precio
ResponderBorrarExcelente reseña, me hubiera encantado para MiMamaMeMima pero nunca te llegamos al precio
ResponderBorrarmás bien nunca nos organizamos jaja
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