Itlaia 90...
Solo era un gol la diferencia… la mínima en el marcador. Aun hay opciones, son pocos los minutos pero aun se
tiende en el césped del San Paolo una hermosa tela de esperanza. Colombia
entera pende de un hilo, Colombia entera es un racimo de manos juntas en rezo y
plegarias. Esa Colombia que sufre las embestidas de Escobar; El Pablo, el
patrón, la Colombia que quiere en el futbol respirar la tranquilidad, y olvidar
la sangre que los años y los tiempos le están regalando en el día a día. La
Colombia que quiere cambiar el Escobar de las armas por el Escobar de los
botines, el que juega en Suiza, en el BSC Young boys tan desconocido.
Colombia sigue cayendo contra
Camerún, el enigmático Camerún, el singular equipo que encuentra en un tipo
cuarentón de apellido Milla la solución a sus nuevos problemas. El tipo ha
hecho un gol soberbio para dar ventaja a los africanos, pero Colombia está
dispuesta a arrancarles el sueño, Colombia debe y quiere demostrar que es un
equipo implacable, que días antes le arrancó un punto a la poderosa Alemania,
justo ahí, en el Giuseppe Meazza, donde juegan las figuras de los teutones.

El sol los mata casi a todos, el
equipo empuja, Camerún no quiere la pelota cerca de casa y la lanza lejos
constantemente, cada que puede, la escupe, se la regala a Higuita
constantemente y este espera fiel a su costumbre cerca de medio campo. Es un
mago de la gambeta, lo sabe, lo domina. Conoce sus pies con lupa, no tiene
miedo, nunca lo ha tenido, portero líbero le llaman algunos.
El balón vuela lejos, ahí está
René, lo toma con calma, se lo regala a su defensor más cercano y este nervioso
lo regresa aprisa y con una fuerza un tanto desmedida, no calculada, temerosa,
viaja firme y rápido por encima del césped. René la quiere controlar como
siempre, lo ha hecho mil veces, rutina. La pelota se niega a recostarse en el
botín de René y brinca hacia atrás un poco, René no logra el mejor contacto ni
recepción y duda un poco con los pies enredados sin darse cuenta que un
cuarentón africano está muy cerca.

Termina la fotografía y la pierna
de Roger Milla sale triunfadora y corre con la pelota. A sus cuarenta años se
ve entero, sus piernas trazan la derrota poco a poco, lentamente, sobre esos quince
metros que para Colombia fueron kilómetros, años, lustros, otro mundial que se
iba. Higuita se lanza con poca gracia y suerte, es el final, es la pelota que
se mete a la portería y el banderín de la esquina espera con ansia a su pareja
de baile de esa tarde. Milla baila con sus manos repletas, como acariciando una
fémina invisible. Higuita a lo lejos entiende que su error no pudo ser más
grande, que cambiaría 1000 escorpiones y varios millones por esa tarde en
Nápoles.